Minú Tavarez Mirabal, hija de héroes nacionales Manolo Tavárez Justo y Minerva Mirabal, compartió hoy en sus redes sociales una carta publicada en el periódico Diario Libre a propósito de conmemorarse hoy el 60 aniversario del vil asesinato de Las Hermanas Mirabal.
Carta Integra Minou Tavárez Mirabal
Mami, nina Patria, tía Teté:
Hace 60 años que ustedes no están. Que no están vivas porque las tres fueron salvajemente asesinadas a palos, estranguladas, extirpadas de la faz de la Tierra, quitadas del medio el mismo día.
Con los años que teníamos entonces no entendíamos. Aun para los más grandecitos de nosotros seis, era imposible comprender por qué mientras las esperábamos no regresaban de aquel viaje a visitar en la cárcel a nuestros papás. Mamá Dedé y mamá Chea alteradas, sin poder dormir, aprensivas desde antes de que llegara el señor con aquel telegrama -anunciando un supuesto accidente- que las dejó como locas, pero aferradas aún a una esperanza remota. Inconsolables después cuando la realidad no dejó lugar para la duda. Ausentes, llorosas.
Mamá Chea rezaba por sus hijas y también por nosotros, que deambulábamos entre la gente conocida que nos atendía y nos miraba con espanto sin atreverse a decirnos que ustedes nunca más llegarían. Las que sí llegaron fueron tres cajas largas en una camioneta. Las vi por la ventana hasta que me bajaron de la silla mientras escuchaba los gritos de mamá Dedé porque los ataúdes no cabían por la puerta de la habitación y ella quería cuidarlas, acicalarlas, vestirlas por última vez. Y seguí escuchándole más maldiciones y más gritos de “asesino” y de “las mató” cuando llevaron una carta para que mamá Chea la firmara. Cruelmente, en medio de los rezos, la obligaban a desmentir por un lado, los rumores que hablaban de asesinato, y por otro, las noticias internacionales que reseñaban el crimen como crimen, denunciando la farsa del régimen al presentarlo como “accidente” en la prensa local. Nadie nunca lo creyó. A las palabrotas que no conocíamos le siguieron el llanto bajito, las miradas perdidas, un silencio que se prolongó por años. Y ustedes tres, que jamás llegaron.
En estas seis décadas transcurridas desde que las enterramos en el cementerio de Salcedo aquel sábado lluvioso, el mundo del que las arrancaron ha cambiado tanto que les costaría reconocerlo.
Han sido sesenta años tempestuosos, de guerras, de crisis económicas y políticas, de despojos de territorios y acelerada destrucción de recursos naturales, de desastres ecológicos, de pandemias elevadas a sindemias, de brutales asesinatos políticos como el de ustedes, pero también de luchas y de conquistas sociales, de independencias, de avances tecnológicos y científicos, de mujeres rompiendo antiquísimas barreras, haciendo historia, ocupando espacios de poder…
Durante los últimos cuarenta años se ha impuesto un discurso manipulador e individualista, que tiene su máxima expresión en una llamada “postverdad” que le da rango de verdad a las mentiras. Años de una cultura neoliberal que prioriza el mercado y la libertad de empresa, que promueve la privatización y la conversión de los derechos fundamentales en “servicios” -empezando por la educación y la salud- y que impulsa el crecimiento de las desigualdades mientras sataniza todo lo que huela a acción colectiva, todo lo que suene a política como instrumento de cambio y de transformaciones para acercar la humana aspiración del bien común.
¿Y aquí? ¿Qué ha pasado aquí, en la República Dominicana? El impacto político del vil asesinato de ustedes y de Rufino de la Cruz llevado a cabo por sicarios de aquella dictadura horrenda le puso fecha y hora a la muerte misma del sátrapa y abrió las ventanas para iniciar la construcción de la democracia en nuestro país. La tiranía, sin embargo, ha sido experta en reproducirse en las conductas antidemocráticas y en la presencia en los gobiernos de los propios trujillistas y sus cómplices primero, y luego hasta de sus hijos. Lo peor de las dictaduras es la capacidad que tienen para prolongarse en el tiempo, para obstaculizar una sociedad democrática, de derechos, sustentada en leyes progresistas.
Ustedes son las Hermanas Mirabal, las Mariposas, las hijas de Ojo de Agua. Su historia se universalizó e impactó de manera directa al hecho de género, vinculando la fecha y el contexto de sus muertes a la lucha contra la violencia hacia las mujeres a nivel mundial. Una lucha que a partir de ese noviembre de 1960, en nuestro país y Latinoamérica, tomaría prestadas sus alas de mariposas para hacer volar la bandera de la libertad, de la igualdad, de los derechos de las mujeres.
Enumerada así la historia del planeta y del país en estas últimas seis décadas, debo contarles que los encargados por el tirano de arrancarles la vida, vivieron libres, sin cumplir la condena de la justicia, protegidos durante años por la impunidad de gobiernos de todos los colores. Esa impunidad nos ha privado también de vivir en un país con justicia y equidad, donde los derechos sociales sean la base de una democracia plena y respetuosa del medio ambiente. ¿Qué seríamos si no nos hubieran privado de ustedes, de Manolo, y de tantos otros que también fueron asesinados y aún aguardan justicia?
Tú, mami, por ejemplo, tendrías 94 años si no te hubieran asesinado y estarías quizás viviendo una vida completa y apasionada. ¿Qué habrías sido?: ¿senadora?, ¿primera presidenta de un partido político?, ¿adalid de la defensa de los derechos de las humanas y los humanos? ¿Habrías puesto a la República Dominicana en la lista de países presididos por mujeres, o estarías quizás siendo recordada por hacer justicia desde la Corte Penal Internacional contra los peores crímenes cometidos contra la humanidad? De lo que no tengo dudas es de que con tu participación política, con tu militancia, con tu compromiso y tu entrega, nuestro país sería otro, más justo sin dudas, más próspero, más democrático.
Tú, Nina Patria, tendrías 95 años. Y como habrías terminado los estudios de artes plásticas que iniciaste ya adulta y con tres hijos, no es peregrino imaginar la colección de arte que tendrías atesorada. Una colección que terminaría, generosa como eras, exhibida en las paredes de alguno de nuestros museos. Quién sabe si habrías estado en la creación de la Galería de Arte Moderno, apoyando no solo a los artistas sino a todo el que necesitara de tu solidaridad.
Y tú, María Teresa, tendrías 85 años rendidísimos. Serías un referente ético, un ejemplo de que lo extraordinario crece en el compromiso, en la construcción cotidiana y ordinaria de una humanidad más justa y de un planeta cuidado, protegido por todos y todas. Y hasta quizás estarías graduada de ingeniera, tía Teté, preguntándote por qué te otorgaron un reconocimiento por tu integridad y eficiencia como la primera mujer Ministra de Obras Públicas de nuestra historia.
Cuando llega noviembre me gusta imaginar así sus posibles vidas y me gusta aún más imaginar un país distinto, de justicia y equidad gracias al amor, a la lucha y a los aportes que habrían hecho ustedes para hacerlo realidad, luego de haber contribuido a terminar con aquella fatídica época.
Fueron muchas las veces que de pequeños, cuando nos manifestaban admiración por lo que ustedes hicieron, mis hermanos y yo comentábamos por lo bajo: “…aunque hubiéramos preferido que estuvieran vivas”. Claro que no nos referíamos a que estuvieran vivas en su jardín como están ahora, enterradas en este paradisíaco vergel de la casa de Conuco, en este hermoso patio que sembraron entre todas con sus propias manos. No, nosotros las querríamos aquí, vivitas y coleando, ahora. Viejitas y achacosas para poder darles el mismo adiós con el que hace poco despedimos a mamá, a Dedé, la cuarta hermana, la que sacó los cuerpos de ustedes de la morgue y trepada con los tres féretros en la cama de un camión, gritó y voceó como trueno de búfalo a los cuatro vientos “¡Trujillo asesino!”. La que luego dedicó su vida entera a contar la historia de ustedes, sus hermanas, a todas las horas de todos los días, en todos los rincones de la casa y del jardín, del barrio y del pueblo, del país y del mundo. Dedé, inmensa en su heroicidad de impedir que nos olvidáramos de ustedes, de lo que les sucedió, de lo que costó a nuestra familia, a nuestro país y a todo nuestro planeta que las asesinaran. Gracias, mamá, esta carta también es para ti.
El pasado domingo, en Guazumal, en el monumento levantado a orillas del precipicio por donde fueron lanzados sus cuerpos tomé la decisión de escribirles esta carta en nombre de los hombres y mujeres que hoy somos sus hijos e hijas. En ese lugar -que quisiera tener el poder de borrar de este planeta- volví a sentir la misma culpa irracional de cuando siendo niña me decían que si hubiéramos ido mis hermanitos y yo quizás no las habrían asesinado porque la orden del crimen especificaba que solo se cometiera si iban menos de seis ocupantes en el vehículo. Debí pronunciar unas palabras que se atropellaron en mi garganta, que pugnaban por dejar salir del centro de mi corazón esa compulsión un poco infantil de pedirles a ustedes perdón por no haber estado ahí en el momento en que les quitaban la vida. En el momento en que poquito a poco iban quedándose sin ánimo para seguir buscando la próxima bocanada de aire. En el momento del ultimo pensamiento, de la última tentación.
¿Cuál fue ese último pensamiento Aída Patria Mercedes Mirabal? ¿Cuál fue el tuyo Antonia María Teresa Mirabal? ¿Cuándo las estaban matando, cuál fue tu última tentación, Minerva Argentina Mirabal?
¿Qué quisiste tú, mami, cuando, estrangulada y rota a palos como estabas, resucitaste de entre tus hermanas muertas ya, y tuvieron que arremeter de nuevo contra ti solita para liquidarte de una buena vez a palo limpio? ¿Quisiste pintar? ¿Verte vieja? ¿Quisiste reír? ¿Volver a ser niña? ¿Quisiste cambiarte el vestido y ponerte tu boina negra de guerrillera? ¿Quisiste haberte quedado a dormir en Puerto Plata? ¿Quisiste tenernos en tus brazos a mí y a mi hermano? ¿Quisiste a papi a tu lado? ¿O quisiste estar sola, sin nadie, sin tus hermanas, para que todo te estuviera ocurriendo solo a ti? ¿O estar leyendo en la mesita verde y blanca de la cocina de Ojo de Agua donde yo aprendí a leer libros gordos y extensos para acercarme a ti? ¿Quisiste tener superpoderes, para salir de ahí y regresar a casa con vida? ¿O, por el contrario, quisiste putearte a todos tus asesinos y cuando estuvieran chorreando su propia cobardía partirles la nuca a patadas? ¿Cuál fue, Minerva Mirabal, tu última tentación en el momento del temblor final y la mirada trémula? ¿Vivir?
Vivir.
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