REDACCIÓN DELAZONAORIENTAL.NET
La Xóchitl era la travesti más famosa del D.F. En su penthouse de la colonia Villalonguin se vivieron las fiestas más atrabancadas de principios de los setenta. Allí iba seguido, en busca de cobijo y también de amor, Alberto Aguilera Valadez un muchacho que había llegado de Ciudad Juárez siguiendo el sueño de ser cantante y que en vez del éxito lo que encontró fue un encierro de 12 meses en la cárcel de Lecumberri por un robo que nunca cometió.
Nada más era mirar esos ojos tristes, esa voz quebrada, para que La Xochitl supiera que Alberto era inocente. Además cantaba las canciones esas de hondo sentimiento que él mismo componía. Si, tenía talento, eso lo supo también Anathan Briss, un aspirante a productor musical al que conoció en una de las tantas fiestas dadas en Villalonguin. Se enamoraron y juntos iban a los cafés de la calle Condesa, sin un peso pero felices y terminaban, según lo contó Briss años después, en el exclusivo Hotel del Prado, buscando señores bien vestidos que les calmara los dolores del hambre.
Alberto lo único que había conocido, a sus 20 años, era el dolor, el hambre y la pobreza. A sus amantes ocasionales les hablaba de sus primeros recuerdos de Paracuaro el árido pueblito del estado de Michoacán donde nació: la mirada desorbitada de Gabriel, su padre, fija en el cráter de un volcán, hablando, desaforado, sobre la lava que cubriría la faz de la tierra. La noche en la que Gabriel se escapó del manicomio donde lo habían encerrado, para ir al rancho a despertar a Victoria Valadez, la madre del futuro cantante, intentando estrangularla. La tragedia la evitó uno de los cinco hermanos mayores de Alberto que fue corriendo a avisar a la policía. Se lo llevaron y nunca más volvería a ver su padre.
Siendo el menor de la camada su madre, cuando se trasladaron definitivamente a Ciudad Juárez, poco se ocupó de él. A Alberto lo crió Virginia, su hermana mayor y la calle, sobre todo la calle. A los cinco años lo internan en una correccional de menores. En ese lugar conoce a Juan Contreras, un viejo música de banda al que una sordera lo había retirado prematuramente de la música. De él aprendió a dominar ese talento que tenía y que se desbordaba cada vez que cantaba. A los 13 salió de la correccional y volvió, no al hogar, sino a los lugares malditos de Ciudad Juárez, frecuentados por maricas, travestis y mariguanos. Alberto allí sería feliz y conocería a Marco, un joven rubio que sería su primer amor.
A Anathan nunca le habló de Marco. Con él conversaba era de lo que iba a pasar, de lo rico que lo iban a hacer todas esas canciones que escribía en una libretita cuando se sentaba en uno de los banquitos de la Alameda. Una tarde, mientras iban en un camión para Tlatelolco, empezó a sonar en la radio su canción No tengo dinero, emocionado le preguntó a Anathan si sería pertinente decirle al chofer que ese que estaba cantando era él.
Anathan no sólo fue su primer gran amor en el D.F sino que también fue su primer publicista. Con él se quedaba en los sucios hoteles de dos dólares la noche en San Juan de Letrán y cantaban algunas rancheras en la esquina del Angel de la Independencia antes de bailar hasta la madrugada en el Galery, la disco gay del D.F. Pero, según Briss, la fama empezaría a hacer cambiar a Alberto. Su relación terminaría abruptamente.
En 1974 Alberto se cambia el nombre y se pone Juan Gabriel y dejaría de ser un cantante cualquiera para transformarse en el único e indiscutido divo de Juárez. Según cuenta Joaquin Muñoz Muñoz, su productor en esa época, Juan Gabriel recordaba mucho a Marco, sobre todo por las circunstancias que rodearon su muerte. Dice Muñoz Muñoz que Marco murió mientras jugaba la ruleta rusa con unos amigos. Fue Victoria, la madre del cantante, quien le avisó de la tragedia mientras él estaba en Acapulco. De este triste recuerdo quedaría la canción Amor eterno, el himno oficial de todas las madres en Latinoamérica.
Nadie ha sabido ocultar mejor su vida privada que Juan Gabriel. Su homosexualidad, aunque evidente, aún sigue siendo un misterio. Por eso, uno de los pocos nombres que se han filtrado ya siendo él una estrella universal, es el joven cantante español Jas Devael. Se conocieron en el 2009 y el Divo de Juárez intentó lanzar su carrera infructuosamente. Se llevaban más de 35 años y aun así se amaron intensamente. La relación se hundió en el 2013 y a diferencia de otros amantes del cantante, como Ismael Alcalá quien declaró que Juan Gabriel lo obligaba a acostarse con otros hombres, Devael nunca habló mal de él.
Juan Gabriel sigue siendo el secreto mejor guardado de la farándula latinoamericana. Nadie sabe si fue cierto que Rocío Durcal le dejó de hablar después de descubrir que él se acostaba con su esposo. No se sabe si tiene un nuevo amante 40 años menor que él o si alguna vez se prostituyó para no morirse de hambre. Él solo son especulaciones, un rumor que se pierde entre las sombras, el único charro afeminado, el hombre que dejó de serlo para transformarse en un mito.