REDACCIÓN DELAZONAORIENTAL.NET
LeBron James se ha convertido en el patrón de los imposibles, una hazaña en movimiento, una especie de montaña de músculos y baloncesto que se mueve más rápido que los demás, camina sin apenas tocar el suelo y gobierna una Final que hace unos días no era suya. De pronto, el equipo que le había ganado siete partidos seguidos y que tenía la fórmula para reducirle (a él y a todos los demás) ve impotente como una versión suprema de un jugador supremo no solo exprime sus opciones sino que las multiplica de forma exponencial a cada minuto que pasa. Ahora mismo cuesta sentir que los Warriors sean demasiado favoritos (no mucho más de un palmo, en realidad) en el séptimo partido. Nadie ha remontado jamás un 3-1 en unas Finales y solo dos equipos con esa desventaja habían forzado el partido decisivo, el último en 1966. El equipo con el MVP ha ganado los 18 últimos séptimos en los que este ha estado involucrado.
Y siguen siendo, aunque cueste creerlo, los Warriors de lo nunca visto hecho rutina: el 73-9, las 88 victorias en una temporada. Veremos cuánto importa todo eso en el maravilloso todo o nada del domingo. En la Bahía, séptimo partido: las dos palabras más bonitas del deporte estadounidense, como dijo Pat Riley. Estos Warriors contra estos Cavs. La maldición de Cleveland y sus 52 años sin títulos profesionales. El vértigo de los Warriors a un pasito de la mejor temporada de la historia. LeBron James, Stephen Curry, Klay Thompson, Kyrie Irving, Draymond Green. Un partido inesperado hace unos días, imprevisible por pura genética y, con semejante exceso de ingredientes, simplemente generacional.
Con LeBron no siempre somos justos. Como sabemos que puede hacer partidos así, le exigimos que siempre haga partidos así. Y demasiadas veces nos dedicamos a escrutarle hasta que aparezca el defecto, con una lupa a la que nadie sobreviviría. Ni siquiera él. Pero este LeBron que empezó la Final algo pasivo, interpretando esa defensa de Iguodala y tapias en la zona de los Warriors, ha enlazado desde el 3-1 un partido de 41 puntos, 16 rebotes, 7 asistencias, 3 robos y 3 tapones con otro de 41+8+11+4+3. En los dos ha metido más del 50% de sus tiros y ha firmado, exorcismo exprés a su gran demonio de la temporada, un 7/14 en triples. Si en el quinto estuvo en todas partes en todo momento, porque era lo que necesitaba su equipo, en el sexto ejerció sucesivamente de general, turbina y reserva espiritual. Jugó un primer cuarto tremendo (9 puntos y 4 asistencias de máxima precisión) para que su equipo reventara el guion previsto (31-9 en once minutos).
Y apareció después cuando el Quicken Loans empezó a ver fantasmas: 27 puntos en la segunda parte, 17 en un último cuarto en el que los Warriors remaron hasta un 86-79 con más de siete minutos por jugar. Pero era el día de LeBron. Contra cada zarpazo, un rugido bestial. Ahora mismo la Final es suya. Y en su carrera, ningún séptimo partido ganado con los Cavs (tres con los Heat, 3-2 total). Otro muro en su camino. El último, el mayor de todos.
Los Warriors, mientras, se han ido metiendo en un lío difícil de explicar y están pagando las consecuencias de alargar una serie que pudieron cerrar antes: de la sanción de Green a la lesión de Bogut y los problemas físicos de Iguodala. En la era Kerr, este equipo nunca ha perdido tres partidos seguidos, pero necesita reencontrarse, hacer terapia o simplemente memoria.
Volver a sus zonas de confort, volver a competir y retomar la iniciativa contra un enemigo que le está ganando porque está haciendo valer un plan simplificado y práctico guiado por un titán y la energía casi bohemia de su escudero, Kyrie Irving (esta vez, 23 puntos). Hacer lo único que puedes hacer y de la mejor manera posible es en sí un manual de supervivencia, más contra un rival que de repente ya no puede hacer muchas de las cosas extraordinarias que ha hecho con los ojos cerrados durante meses. La defensa deja los agujeros justos (¿físico, concentración o ambas cosas?) para que los Cavs no se asfixien y el ataque es un galimatías del que solo surgieron Stephen Curry (30 puntos, 6 triples, eliminado por faltas) y demasiado tarde Klay Thompson (25 tras un primer tiempo horrible). Pero están bajo mínimos Ezeli, Livingston, Iguodala y un Harrison Barnes que se ha evaporado (5 puntos y 1/11 en triples en los dos últimos partidos).
El tiro va y viene, en realidad va más de lo que viene (29/82 en triples entre el quinto y el sexto), y los Warriors son una foto desenfocada, un recuerdo que se aproxima y se aleja pero que no hace las suficientes cosas bien durante los suficientes minutos. Y que en un día clave renunció a su jerarquía, a ese terror que infunde en la psique de los rivales por pura memoria genética: entró al partido ausente, trastabillado, en letargo. Tardó cinco minutos en anotar, encajó golpes por todas partes y cerró el primer cuarto en 31-11, demasiada desventaja. Después apretó un par de veces pero sin consistencia, sin turbo, con la magia secuestrada por su rival y desquiciado con los árbitros, esta vez con cierta razón pero sin ningún sentido (práctico, al menos).
Los Warriors afrontan su segundo séptimo partido consecutivo en estos carísimos playoffs 2016. Si se rehacen serán favoritos. Juegan en su pista, tienen al MVP y son, solo tienen que recordarlo, uno de los mejores equipos de la historia. Así, con el cuerpo de lleno de magulladuras y el alma partida en dos, también se escribe la historia. Muchas veces, sus capítulos más hermosos. Porque enfrente se les ha aparecido una versión descomunal de un jugador de leyenda, un monstruo que les ha dado caza y contra el que llevan dos partidos sin antídoto, a su merced. LeBron James, el patrón de los imposibles, está a 48 minutos de rubricar una de las mayores hazañas de toda la historia del deporte.
Y le acompañan Kyrie y un puñado de sufridos ayudantes agrupados en torno a una fe que hace una semana no existía y que ya tiene hasta catecismo: las sagradas escrituras de LeBron. Enfrente, Stephen Curry y Klay Thompson, en (otra vez) el partido de sus vidas. Estrellas, récords, maldiciones, legados, estadísticas y un mar encabritado de nervios a flor de piel se arremolinarán en el viejo Oracle Arena, el domingo (02:00 hora española). Pase lo que pase será histórico, maravilloso: generacional. La temporada, en realidad cosas mucho más importantes, en juego a todo o nada. Séptimo partido, las dos palabras más maravillosas del deporte estadounidense